lunes, 3 de mayo de 2010

El mejor café del mundo se cultiva en la pobreza
Paradoja. el Perú ha desplazado a países cafetaleros por excelencia como Colombia, Brasil y Kenia. Wilson Sucaticona es un joven puneño de 35 años que a pesar de vivir en condiciones de pobreza ha ganado en el 2007 y el 2009 el concurso nacional de café y ahora es reconocido a nivel mundial.
La tarde que el café peruano fue reconocido como el mejor del mundo en la ciudad de California (Estados Unidos), Wilson Sucaticona labraba sus tres hectáreas que posee en la localidad de Tunkimayo, en la provincia puneña de Sandia. No sabía que ese domingo a miles de kilómetros su café escribía una nueva historia de éxito para el Perú.
Tuvieron que pasar varias horas para que la noticia que ya se escribía en los periódicos del mundo llegara a los oídos de este joven aymara de 35 años a través de la única radio FM que tiene el municipio de su localidad. Pero quizá por la pésima señal o porque simplemente nunca se lo imaginó, a Wilson aún le costaba creer que su café era el campeón del mundo.
Al leer en el periódico que la Asociación Americana de Cafés Especiales (SCAA) le había otorgado a su grano el certificado de Mejor Café Especial del Mundo, toda duda quedó mitigada y el orgullo se apoderó de este productor cafetalero, que hasta ahora no pierde la humildad al hablar de sus logros.
Y son logros porque son más de uno los que ha cosechado. No fue casualidad que el café que siembra Wilson en su pequeño terreno se impusiera sobre 140 variedades de café de 25 países que competían ese domingo 18 de abril con el Perú. En realidad el exquisito grano de Wilson ya había ganado en el 2007 y el 2009 el primer lugar en el concurso nacional de cafés de calidad.
Es precisamente por ello que no es exagerado decir que el Perú esa tarde envió los 10 mejores kilos de café que se hayan probado en Estados Unidos, y desplazar a emblemáticos países cafetaleros como Colombia, Brasil, y Kenia solo ratifica lo que ya se sabía pero que no se firmaba.
Sin embargo, no hay que olvidar que el Perú es el país de los absurdos y de las bromas de mal gusto, y la vida de Wilson lamentablemente no es ajena a esa realidad. Los logros y reconocimientos no han evitado que este hijo y nieto de cafetaleros aymaras escape de las garras de la pobreza y del trabajo por subsistencia.
La pequeña extensión de terreno con la que cuenta Wilson solo le permite cosechar 60 quintales de café al año, que son vendidos a intermediarios a un precio irrisorio. Los certificados que ha recibido en los últimos años no le han dado de comer, y mucho menos han mejorado su nivel de vida.
Él aún tiene que caminar más de tres horas desde su comunidad hasta la chacra, porque a nadie le interesa hacer una carretera. Él no tiene electricidad ni agua potable, porque el Perú no avanza para todos. Y ni él, ni su familia, ni ninguno de sus vecinos tienen un centro médico decente para cuando las enfermedades aquejen.
Ahora que su fama trasciende fronteras y que su café es el nuevo orgullo nacional, se ha despertado un inusitado interés en congresistas, ministros y organizaciones por este cultivo. Pero Wilson no es una persona ingenua, él sabe que todos quieren salir en la foto y colgarse de un logro que cosechó él solo a punta de esfuerzo.
No le incomoda dar entrevistas a los periodistas ni escuchar a funcionarios salameros, pero no tiene ningún reparo en decir la verdad y pedir mejoras para su natal Tukinmayo.
Cifras
S/.320 es la ganancia neta de Wilson por cada quintal de café.

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